25 mar 2011

La tierra de W.




Fue Jimmy Choo el primero que hablo sobre la tierra de los salares, mucho mas allá de Córdoba. Primero nombro las Las Salinas Grandes, entre la extensa tierra de Córdoba, La Rioja y Catamarca, junto a ellas tres grupos mas de salinas, Salinas de Ambargasta, Salinas de San Bernardo y Salina La Antigua, desperdigadas a lo largo treinta mil kilómetros cuadrados, casi como un gran desierto de sal, codiciado en tiempos de los saladeros que proveían buen charqui para los esclavos de las minas y sembradíos de América. Un poco mas arriba alargándose como un culebra El Salar de Antofalla, con su imponente Volcán del mismo nombre y sus nieves eternas paradas a mas seis mil metros sobre el mar. Mas arriba ya casi cerca de la tierra de Cingolani Las Salinas Grandes entre Jujuy y Salta y cerca de ahí el El salar de Arizaro y el cerro Cono como una especie de espejo del pasado. Los Colorados un poco antes con la imagen rojiza de los salares naciendo en el horizonte, las montañas coloradas y ocres de los cerros que van creciendo hasta perderse en el fondo. Pareciera que el paisaje blanco había sido escupido con suma delicadeza del fondo de la tierra, esa imagen le recordaba el relato de Cingolani sobre el Salar de Uyuni, un pedazo entero de sal en el Sur de Bolivia, ahí donde unos cuantos turistas suelen hacer cola para dormir entre las paredes y pisos de sal del Hotel Tayka. A W. El viaje por momentos le pareció frío, inconcluso y tal vez, un poco o demasiado blanco. Antes de las Salinas Grandes, antes de que el monte bajo dejase paso a los suelos de sal y pasto confundido, la ruta parecía dirigirse en una obstinación inentendible hacia la meseta precordillerana. Los pocos pueblos se confundían con las pocas cabras que parecían pastar en medio del olvido, un pasaje sin destino ni mucha predestinación. Los pastores con sus caras carcomidas por el tiempo, la sal y el sol, portaban una parsimonia demente, a Jimmy Choo ese andar errático y por momentos, entrecortado, le hacia pensar en una especie de demencia no catalogada. Los pueblos eran un rejunte de polvo, arboles bajos, en su mayoría secos y algún que otro arbusto como esperando la próxima lluvia para renacer en un lugar que obviamente no caía agua de los cielos ni en broma. W. recordó la historia sobre los familiares y la colonización, sobre la conquista y los pueblos originarios, sobre la lucha tremenda entre aquel que llamaban el guardián de la palabra, que en voz guarani era algo como ñe'ẽm. Esa historia de guardianes luchando contra capataces, esa historia de socavones y sueños, de tajos y victorias. Esa historia que ya no tenia sentido mientras Jimmy Choo hundía la mano en la sal y sentía el frío subir por la misma, tan seco y oscuro que parecía proceder de tiempos inmemoriales. A W. el aire espeso le hacia recordar a las sensaciones que lo habían acompañado largo tiempo en sus épocas de juventud en la isla del Sol, cuando oficiaba de guiá turístico para los pocos viajeros que se aventuraban en las profundidades del Tiquicaca, hoy mucho mas transitadas por universitarios y hippies que la usaban de parada en su continuo ascenso hacia las ruinas peruanas de Cuzco. A veces se le daba por acordarse de los Quispe, los Damían y otras familias que gestionaban los pocos circuitos habilitados de la isla, se le aparecían en sueños Roberto y Kevin Quispe, los dos mas chicos de los Quispe, que no sabían muy bien donde habían nacido, a veces nombraban ciudades peruanas y otras brasileras, aunque no tenían ni siquiera una ceja brasilera, ese tipo de cosas hacía a W. creer que los Quispe habían nacido en tantos lugares diferentes que tal vez podrían haber gobernado la mayoría de los países latinoamericanos en tan solo dos generaciones. Roberto y Kevin a veces se le aparecían meditando en algún intento de llegar al nirvana en medio de algunas de las islas flotantes, otras simplemente clavando la mirada sobre los espejos de agua como si en estos, o en las profundidades del Tiquicaca se pudiese encontrar una especie de camino hacia la verdad. Los Colorados parecían una formación devenida a menos con el cercano Talampaya y sus interminables paredes rojas. El pueblo construido a cero como si hubiese pasado sobre el un tornado o en el mejor de los casos una tormenta de polvo capaz de llevarse todo por delante. Las viejas casas de adobe y techos de paja, las cabras con su aspecto hambriento, la gente llevando la piel casi pegada como si fuese un pedazo de ropa mas. Llegaron a Los Colorados un día antes del final del voto de silencio de John Dibe, una especie de monje de la orden de los silencieros. John Dibe llego un día de Febrero, dijo el chico, tres días antes del inicio de la Chaya, se metió en una de las casas abandonadas y solo salia para comer, fue un año mas tarde cuando por fin nos hablo, nos contó sobre la orden de los silencieros, un grupo de curas o monjes, muy bien esa parte no se le entendió, agrego con una mueca de desconcierto, dedicados a mantener votos de silencio a lo largo de 433 días seguidos, fue ahí que nos contó sobre su largo viaje a camello entre México y Guatemala, cosa que a Jimmy Choo le pareció un disparate mas de un viejo demente. Esa tarde el chico los llevo hacia lo poco que quedaba de la Cueva del Chacho, que a W. le pareció que ocultarse ahí denotaba una especie de desesperación por parte del extinto caudillo. Ese, y señalo un cactus que tenia unas espinas de por lo menos diez centímetros, sirve para curar los hongos de los pies solo alcanza con frotarlo, Jimmy Choo creyó que el chico le tomaba el pelo, a lo sumo, esas espinas, podían perforarte el pie de una punta a la otra pero obviamente jamas serias capaces de sacarte un solo hongo de los dedos del pie. Aquella otra, y señalo un cactus que se desparrama sobre el polvo rojizo, si se te clava se te mente en las venas y se transforma en una de ellas hasta pudrirte, W. pensó que esa era una manera digna de morir, con una espina de cactus en las venas.