1 may 2010

Un oso


Al lado mío duerme un oso. He aquí una frase con sentido, finalmente he encontrado una. Un sentido por un lado figurado donde el oso puede ser cualquier cosa, desde su raíz china o asiática, su versión yanqui, su expresión moderna (como el oso Pardo), o tal vez en el peor de los casos su versión enclenque de oso Latinoamericano: Chiquito arriba de un árbol y aporreado por sus semejantes

Aunque, tal vez, la búsqueda pueda derivar, volcarse hacia otros planos. Por ejemplo, el plano donde el oso se transforma en una pesada forma de la palabra, una resolución de lenguaje, una existencia misma. Y es ahí donde el poeta se pierde (¿Dónde yo me pierdo?).

En narrativa, dirían algunos, todo debe poseer un sentido explicito, un suave milagro de sucesión de líneas que componen a su vez un territorio especifico (campo sin existencia), un prado, para el deleite de la expresión vocal, ya no oral, sino privada y a su vez privativa.

Acá al lado duerme un oso que no produce ningún ruido semejante a sus parientes cercanos. Este oso de lenguaje es particular, único. Sin embargo, el poeta ve otra cosa, él enunciaría: Acá al lado duerme un oso que brilla como una bola de billar. Y ahora la frase se acumula en una posición donde la coherencia no es el alma matter de todo relato, relato que al fin no es mas que eso, una idea expresada para el deleite de los tardocomprensores ubicados en los cerebros actuales.

De más está decir que el desarrollo de este cuento, que se inicia con, acá al lado duerme un oso que brilla como una bola de billar, no puede tener continuidad y por ende, el poeta decide, a desgano, dejarlo en su forma original.

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