El viejo entró y se sentó en una de las mesas que daba a la calle, abrió el paquete, se prendió un pucho, después otro, después otro y después otro. Solo pidió un café. Miraba de reojos a las chicas pasar, sus piernas, sus miradas y sus sonrisas. A las dos horas se levantó, arrastró su pijama tras sí y se fue caminando lentamente hacia la casona que crecía como aturdida en medio de los edificios. Ni siquiera tocó el timbre, solo se acercó a la puerta, pasó su mano por debajo del picaporte y lo abrió desde adentro. Una vez allí se incorporó a la marea de viejos que se apiñaban como idos.
Ese día yo leía a Saer mirando por la ventana el paso de los autos, andaba escribiendo un cuento sobre dos automovilistas que chochaban y enseguida se trenzaban en una discusión sobre Wittgenstein, después se ponían a luchar con unos sables de samurái mientras recitaban haikus japoneses. El viejo entró arrastrando su pijama y se sentó en mi mesa. Preguntó si molestaba, apoyó su paquete de puchos, pidió un café y me compró un café con leche con medialunas, el cual no rechacé vista mi condición de pobreza que arrastraba. El viejo en solo dos horas se fumó el paquete entero y después de saludarme se fue caminando en dirección a una casona que crecía esquivando las sombras. Lo seguí con mi mirada y la curiosidad pudo más. Me levanté, salí caminando despacio y compré unos caramelos en un quiosco enfrente de la casona. Los viejos caminaban como idos. Atrapados en su propia vida, atrapados por sus propios demonios.
Intentó clavar el cuchillo en la panza que lo devolvió como vino. La mujer de unos treinta años lloraba y gritaba, pero nadie podía escucharla en medio de ese sótano mugroso. La miró y la acaricio. Esta vez sí lo lograría, el cuchillo abrió la carne en seco y poco a poco empezó a cortarla de abajo para arriba. La mujer estaba desmayada y adentro de ella el bebe se movía como un demonio, pataleaba como poseído. Las manos abrieron la carne de un tirón y extrajeron al bebe que colgaba como una gelatina de las mismas. La mujer ya había muerto, el bebe lloraba y jadeaba en busca del calor maternal ya frio. El cuchillo estaba tirado al lado de la muerta, la mujer lo agarró y cortó el cordón umbilical de un tirón. El bebe ahora si era libre del yugo de la panza materna, era libre de esa cárcel de líquidos y cordones gelatinosos. La mujer temblaba entre emocionada y espantada del miedo. “Mi Bobby, ya eres mi Bobby”. El bebe todavía tenía los ojos cerrados y ya no presentaba el aspecto sanguinolento y gelatinoso de los primeros minutos, ya no era morado sino simplemente una bola de cartílagos blancos que se enroscaban en el cuerpo de su nuevo poseedora. Salir de una cárcel para entrar en otra.
Jeremias Maggi
22 jul 2009
Cualquier piedra de Cualquier brazo
Moriste escribiendo un poema tal vez tomando un colectivo tal vez luchando en una calle tal vez tirando una piedra cualquier piedra de cualquier brazo
Moriste en invierno tal vez en verano en primavera u otoño naciste con la muerte para tirar de mi brazo otra piedra cualquier piedra de cualquier brazo
Moriste escribiendo un poema tallando el olvido tal vez escribiendo una historia tal vez tirando de un brazo cualquier brazo tal vez cualquier piedra de cualquier brazo
Te mataron creyéndote muerto pero olvidaron moriste escribiendo un poema que siempre sera eterno.
No ansió contar una historia, ni nada que se le pueda parecer, busco en una bolsa las heladas palabras que han de llevarme, al trote, como si fuesen caballos arrastrando un carruaje, el carruaje es mío o tal vez de la sombra que me sigue desde hace unos días y a la cual no puedo parar de mirar. No soy yo ni ellas, aunque bien podría asegurar, un paso futuro hacia la eternidad, ya sé cómo, dejando las líneas vacías, llenas de palabras que han perdido toda posibilidad de sentido. Cuanto nos cuesta ponernos a pensar en la relación entre voz y palabra, es como si aun esperásemos que a través de nuestra boca hables vos, hable yo, hablen ellos. Miro mis manos y tiemblan, señalan un destino que no conozco, tal vez, algún morro de Brasil, donde mi editor se bate a duelo junto a dos travestis esperando que alguien los arrastre hacia la próxima ciudad, o tal vez mejor, una especie de condición de posibilidad de escapar de esta cárcel, los barrotes húmedos, la pared húmeda, al parecer un caño se ha roto y no ha dejado de largar agua durante toda la noche, amanezco nadando, acariciado por una ola de niebla que asume, que acá en la cárcel, la vida es visceral y es necesario mas vísceras para calmarla, es como el laberinto del Minotauro pero sin Ariadna que nos salven, es como si aún estamos esperando que las caricias ajenas se apiaden de nuestro dolor, de nuestros dolores, de esos que tragamos sin mucho pesar, ya estamos acostumbrados me decís, en medio de la niebla, mientras veo, pasar un pájaro, ¿que se sentirá volar? ¿que se sentirá ser libre?, pregunto, nadie responde, solo un jadeo, alguien que aún encuentra placer acá, en esta frió prisión. Ya no hay ni siquiera una rendija por la cual el sol daría su vida, su brillo, su ausencia, las paredes transforman los rayos, los pocos, en eclipses que laceran mi boca con gangrena, es que grite demasiado, solo ecos, ecos, ecos, ecos, mi voz rebota y vos sabes que aun falta tiempo para nuestra libertad, me miras, aunque estoy sola, aunque estoy solo, aunque no sé muy bien que soy, me siento un perro, una perra, con sarna, sedienta, rascándose para alejar la muerte, como si aun faltase algo espero que una sola cosa no sea realidad, la muerte, siento que respira, que me mira y me dice como si aun faltase tiempo, todavía hay aire, por eso vivo, para desgarrar ese poco aire que anda entre la humedad, así de espeso, así de pesado, así de olvidado, me miras y sabemos ambos que no nacimos y que aún nos falta tanto para escapar de este laberinto del sujeto moderno, de este laberinto del Minotauro sin Ariadna dando vuelta. En fin parezco el Quijote esculpir el aire al paso de las aspas del molino que acaricia mi cuerpo moribundo de encierro. Basta ya, es demasiado para tantas palabras, hagan algo, sáquenme de acá, sean mi Ariadna que me acompañe para escapar de estas paredes húmedas, sean mi voz para hacer gritar mi boca con gangrena, sean mi cuerpo para llevarme a la libertad, sean pájaros para volar y ser libres.