30 jul 2009

Mi Bobby



Intentó clavar el cuchillo en la panza que lo devolvió como vino. La mujer de unos treinta años lloraba y gritaba, pero nadie podía escucharla en medio de ese sótano mugroso. La miró y la acaricio. Esta vez sí lo lograría, el cuchillo abrió la carne en seco y poco a poco empezó a cortarla de abajo para arriba. La mujer estaba desmayada y adentro de ella el bebe se movía como un demonio, pataleaba como poseído. Las manos abrieron la carne de un tirón y extrajeron al bebe que colgaba como una gelatina de las mismas. La mujer ya había muerto, el bebe lloraba y jadeaba en busca del calor maternal ya frio. El cuchillo estaba tirado al lado de la muerta, la mujer lo agarró y cortó el cordón umbilical de un tirón. El bebe ahora si era libre del yugo de la panza materna, era libre de esa cárcel de líquidos y cordones gelatinosos. La mujer temblaba entre emocionada y espantada del miedo. “Mi Bobby, ya eres mi Bobby”. El bebe todavía tenía los ojos cerrados y ya no presentaba el aspecto sanguinolento y gelatinoso de los primeros minutos, ya no era morado sino simplemente una bola de cartílagos blancos que se enroscaban en el cuerpo de su nuevo poseedora. Salir de una cárcel para entrar en otra.


Jeremias Maggi

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