12 mar 2010

El Leñador de los aires





“Era un silencio que no desafinada”
José Lezama Lima


Del otro lado de la reja están volteando los árboles, unos eucaliptos bastantes viejos, que cada tanto se caen y matan a algún que otro aventurero en esto de andar caminando bajo los mismos. Al lado mió mi amigo me cuenta una historia bastante aburrida sobre dos banqueros que se pelean para ver quien da mas prestamos, yo lo miro, y pienso en lo irrelevante de la competencia. Me resulta más interesante pensar en que competencia se encuentran los dos locos estos que están bajando los árboles, uno debe medir, con suerte, un metro treinta, el otro es un poco más alto pero no mucho. El mas bajo tarda un poco mas en treparse a las copas, pero después, cuando esta ahí arriba, las baja de prepo sin mucho esfuerzo, en cambio el otro, se trepa rápido pero cuando esta arriba para a fumarse un cigarro, es como si quisiese ser uno de esos halcones que miran todo desde arriba, como si fuese el aire de las alturas la musa de sus discordias. Después de un tiempo se dispone a iniciar su tarea, proceso que no es rápido sino que es lento y preciso. Los miro y me sorprende verlos derribar árboles de esa manera, verlos voltear unos cuantos años en unos escasos minutos. En cambio mi amigo ni los mira, es como si estuviese intentando desviar la atención en otra cosa, ahora esta contándome una historia sobre dos enfermeros que hablan por teléfono mientras uno de ellos colabora en la operación y la cuenta detalladamente, la acción tiene sus altos y bajos, en determinados momentos todo se da en una especie de frenesí donde la presión del paciente actúa como compás de la tensión de la charla, o al menos, eso parece demostrar él, pero de golpe es como si todo se detuviera y parecería un lujo extravagante o extraño, la voz de uno de los enfermeros se diluye en medio de la sala de operaciones mientras la otra acrecienta su enormidad en una sala vacía.

Arriba todo diferente, es cuestión de perspectivas le dicen algunos sabios. Estando arriba la imagen que se proyecta por debajo de las ramas es tan diferente como la suposición de que el aire siempre es más fresco en dichas altitudes. Mientras empuña el hacha o en su defecto la motosierra a nafta, prepara sus manos para sentir las vibraciones obligadas, el abrupto final o tal vez, es cuestión de perspectivas, el abrupto inicio tranquilizador como la huida indecisa de un nene del útero materno. Le gusta estar arriba porque es ahí donde sus neuronas “se abren”, se dilatan por la presión de la inmensidad y lo llevan a pensar en sus cosas. Una vez mientras tomaba un colectivo vio un cartel que alguien había dejado, “Y si ahora nos preguntamos quienes somos”, no era una pregunta aunque la forma en la cual esta narrada así lo demande, era más bien una afirmación, como un mandato a cumplir, tal cual el derribamiento del árbol. Este mismo desde arriba asume una forma imprecisa, libre, desigual, tranquila y a la vez enmarañada. Esas formas que él querría para si, guárdalas todas juntas en un cajón y dejarlas ahí para que nadie las vea, o a lo sumo, alguien las descubra mucho tiempo después. Visto desde abajo esa imagen solo es una sombra, un cuerpo duro y al viento que se tambalea junto a las ramas las nuevas.

En una situación diferente el que cuenta la historia podría adivinar que muchas pretensiones no puede pedir, pero para este caso, siempre el cuentista es que el reclama las pretensiones ajenas al caso. El cuentista va disminuyendo el relato como si lo estuviese analizando, plantea entre tres o cuatro hipótesis en torno a la relación de los enfermeros entre si, una de ellas totalmente descabellada y una sola totalmente posible de ser verdad. El cuentista no mira para arriba, en su caso, siente una atracción maravillosa por el bamboleo de los pastitos. Los mira sin perder de vista que debe adaptar el ritmo del cuento al ritmo de los latidos del corazón de quien lo escucha, es un método que es imposible de sostener, a la larga todo termina siendo una mierda. Su amigo esta estupidizado por el leñador de los aires, y en realidad a él también le encantaría estupidizarse por semejante cosa, quedarse mirándolo el tiempo necesario para perderlo de vista, para hacerlo desaparecer o caer como una mosca.

De abajo las cosas son demasiado diferentes, a tal punto que cualquiera podría creer que la imagen del árbol es la imagen de una señorita no tan entrada en años. El mas bajo de los leñadores (aunque a disten de serlo en su apariencia) mira los árboles como bellos condumios de pájaros a ser derribados.

Los dos amigos se miran y se percatan de la situación errónea de sus suposiciones, todo al final puede ser una cuestión de perspectivas.

“¿Si lo hacemos?”


Jeremías Maggi – Marzo 2010

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