5 mar 2010

Reflejo ideal

La cara pegada al vidrio, del otro lado una imagen transparente, un árbol se mueve por acción del viento o por omisión de su ausencia. La cara mira y de golpe ve su reflejo, sus ojos, su nariz, su virtual inexistencia. El árbol se mueve, debajo de el un perro duerme tranquilo como si el ruido de las hojas no fuese molesto. La cara ve las hojas, pero también se ve a si misma mirando las hojas. Ve las hojas ir y venir del punto fijo decidido en el centro del árbol, ahí donde alguien una vez escribió una frase que después nadie descifro y que mas tarde, mucho pero mucho mas tarde alguien clavo un clavo, como marcando, como finalizando un enigma. La cara centra su mirada sobre el clavo oxidado y olvidado, lo mira e intenta ubicarlo en el centro de su frente, mas bien, en el centro de la frente que ve reflejada contra el vidrio. Ahora de su boca emana calor y el vidrio se empaña y desempaña al tiempo de su respiración. Una vez que ubica al clavo en el punto justo, el árbol se mueve, esta vez con hojas y todo, el árbol se tambalea y hace que pierda el punto justo. Se despega del vidrio, y mira como su frente dejo machada una franja de grasa sobre el mismo. Mira y no se ve, alguna acción de la luz le impide reflejarse. Es como si un conjuro solo pudiese funcionar a través de la acción de tres elementos, luz, vidrio y presencia. Esas tres palabras claves se presentan en su cara, en su reflejo, en sus ojos marrones que cada tanto divisan el centro, el equilibrio. Nuevamente se acerca al vidrio y su cara reflejarse, delimitar un espacio, y centrarse en un equilibrio irreal. El clavo clavado en su frente, sentir el goteo de la sangre bajando lentamente por su frente, rodear sus ojos y chorrear su nariz. Es como un martirio, una existencia, un punto ideal. Un clavo clavado en la frente. Es como ser Cristo, piensa. Ahora pasa su mano por su cara, desparrama la sangre, testea el sabor dulce y casi hasta se ríe. Ahora con una mano se despega del vidrio y desparrama un poco de sangre. Se acerca pero no puede pegar la cara, el clavo lo separa del vidrio, del reflejo ideal, de la cercanía presente de su respiración. Afuera el árbol esta quieto, incluso sus ojos, el clavo no esta, ni siquiera la frase de tiempos lejanos. La cara se levanta y camina, pasa la puerta de la pieza, camina por un pasillo, entra al baño. La cara en silencio, expresión de una mueca horrenda. La cara ahora con un clavo en la frente, ahora si, como un árbol, como un centro ideal. Como cristo, piensa.

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