14 feb 2011

Cuando subió el sendero que lo llevaba para las Grutas de AcTún Can se sintió que estaba subiendo en dirección al santuario de Pascual Abaj. Las grutas le parecieron un rejunte de agua, tierra y piedras a lo largo de miles de años, es decir, un poco de arte abstracto para mortales. Cada tanto se cruzaban con viejos mayas que compartían el aspecto y la cistitis con los del santuario en Chicastenango. Estos entraban y salían de las grutas disparados hacia los arboles, después volvían como si hubiesen aguantado las ganas una eternidad entera. La gente que los seguía para todos lados parecían estar poseídos por una especie de iluminación extraña, mas allá de las luces que iluminaban de mala manera la gruta ellos irradiaban la propia con una suerte de profundidad sagrada. Por lo que escucho de un guía la entrada oficial estaba en el Municipio de Santa Elena y otra usada por los contrabandistas de noche en el Municipio de San Benito. Martinez ya había olvidado la cantidad de nombres católicos que podía haber en Guatemala, en su mayoría hacían referencia a santos de diversas índoles, por lo que pudo escuchar de otro de los guías, estos eran usados para ocultar los viejos nombres mayas. Según había leído las grutas guatemaltecas eran muy parecidas a las Grutas de Xoxafi en Hidalgo México. Días mas tarde se dio cuenta que algo tenían que ver las grutas con el maquique y su posterior explotación para la cría de orquídeas. En un paper de Juan Ramón Gutierrez de la Universidad Metropolitana de México, leyó que “el compuesto orgánico derivado de los excrementos de murciélagos mejora las propiedades en un 50% del maquique como sustrato para la cría de orquídeas” (1998). La tonelada de excremento de los murciélagos que vio en las Grutas de AcTún Can lo hicieron vomitar tres días seguidos.

Por la noche lo levantaron los golpes, en el cuarto una treintena de policías se turnaba para pegarle y gritarle cosas. Por dentro pensó, “treinta policías en el mismo lugar, una desgracia”. Cuando se cansaron de pegarle lo llevaron en un auto destartalado hasta la comisaria. Durante un rato estuvo tirado en un cuarto sucio y vació, parecía que su vida se iba a repetir hasta el cansancio. Mas tarde el comisario le hizo pasar a su oficina, le pidió disculpas y le dijo que se habían equivocado, el traficante que buscaban hacia dos días que no se hospedaba mas en el hotel. Martinez pensó que al salir lo mejor seria hacer la denuncia en la Embajada de Estados Unidos, pero el comisario le hizo cambiar de idea, le paso la mano por la espalda y le dejo bien en claro que si denunciaba la equivocación lo iría a buscar a donde fuese y lo violaría sin parar, no solo él, sino también la treintena de policías que habían tirado abajo la puerta del hotel. Por un momento se le cruzo la imagen de él en el cuarto sucio y vació enteramente desnudo, y poco a poco entrando mas y mas policías que procedían a violarlo, y mucho mas tarde entraba el comisario con una mesa para atarlo y seguir violando, así días y días enteros. Solo transpiro y al salir a la calle empezó a correr sin dirección precisa, “treinta policías juntos, una mierda”, pensó durante las primeras cinco cuadras, “Guatemala se va por el inodoro”, pensó durante las siguientes cincuenta cuadras. Cuando se detuvo se cruzo con una procesión guiada por los dos viejos del día anterior, esta vez parecían todos, en el peor de los casos, bajo el efecto de alguna droga, en el mejor, en un estado de trance cercano a la estupidez. Uno de los viejos se sentaba y paraba casi en un movimiento de resorte, después corría unos cinco metros y volvía dándoles la espalda a la gente, después gritaba cosas como “que tierra”, “que ganas”, “que sol”, “que mierda”, y después desaparecía un rato seguramente producto de su cistitis. El otro viejo parecía querer imitarlo pero en vez de volver de espaldas volvía arrastrándose, la gente aprovechaba esos momentos para golpearlo, el viejo se retorcía, por momentos pensó que era de dolor pero después al ver que se había meado encima era placer, el viejo sentía placer siendo golpeado y meándose encima. “Si al viejo este de mierda lo hubiese agarrado la policía estaría feliz”, pensó mientras el viejo volvía a saltar como un resorte y volver arrastrándose.

Cuando entro al cuarto, Martinez se encontró con un mariachi que tenía el sombrero caído sobre su espalda, los pantalones bajos, y la chica de la puerta en cuatro era penetrada con toda la furia. Lo que todavía no sabia Martinez era que al frente de él estaba uno de los mayores exponentes de la música Mariachi en Guatemala, una especie de cofradía insensata. El muchacho en cuestión, Juan Ramón Jimenez se había convertido en un exponente claro de la variante charra guatemalteca. El joven mariachi la penetraba a preguntas. Dos horas mas tarde el mariachi guatemalteco bajo las escaleras, ahora si se había disfrazado enteramente de mariachi, su traje de charro de un color amarillo chillón no le quedaba del todo mal, le daba un aire especial que se desentonaba tímidamente con el pueblo entero. Se le sentó al lado y le empezó a hablar sobre la vigencia de la poesía charra y de su prima lejana la gauchesca en Argentina, Martinez, que no era un gran lector de poesía pero igualmente se consideraba capaz de darse cuenta cuando alguien mentía, intuyo que Juan Ramón estaba inventando todo de la manera mas estúpida. Según él algunos migrantes argentinos de principios de siglo XX habían ido a México donde habían tenido la oportunidad de conocer a los charros, y fue ahí cuando decidieron fundar la denominada “poesía charra”. Incluso le contó que en una Antología que había aparecido en Jalisco figuraba el mismo Pancho Villa como antologador, lo que a Martinez le pareció una demencia, no solo porque Pancho Villa no era adepto a la escritura, sino porque tampoco era dado a la lectura, lo de él era andar por ahí haciendo la revolución no antologando un rejunte de poesías sin sentido. Cuando ya estaba cansado de hablar se levanto y se fue caminando como si nada. Mientras desaparecía por la puerta pudo ver pasar corriendo uno de los viejos enloquecidos con una muchedumbre atrás.
Dos días después Martinez se volvió a encontrar con Juan Ramón, la primera impresión que sintió Martinez fue que el mariachi estaba completamente drogado, o en el mejor de los casos estupidizado por el éxtasis producto de la presencia de los viejos en el pueblo. Al principio le volvió a hablar de la “poesía charra” y se puso de nuevo a contar la historia de Pancho Villa el antologador, ahora el representantes de campesinos y explotados no solo había colaborado en la elección de los hermosos versos, sino que también, había sido el financista, lo que a Martinez le pareció posible teniendo en cuenta que la plata, a Villa, a veces le sobraba, a veces apenas le alcanzaba y muchas veces le faltaba, cosa que resolvía saqueando un banco o un tren cargado de oro, o simplemente robándole a los hacendados de medio México. Después empezó a contar la historia de unos poetas nacionalistas de Argentina que se empezaron a disfrazar de gauchos con tal de convencerse que ese era el “ser nacional”, y que unos cuantos años mas tarde se olvidaron los atuendos y los cambiaron por unos buenos frac para participar de las fiestas de oligarquía. La sensación que le daba a Martinez era que Juan Ramón mezclaba las historias sin mucho disimulo, al punto tal, que Villa por momentos era Zapata o Obregon, y que Zapata por momentos era Villa o Fray Bartolome de las Casas, y que Obregon, bueno, siempre era Obregon. Su idea de que el marichi estaba completamente drogado la confirmo cuando este le ofreció “sweet green de Acapulco”, Martinez que había dedicado gran parte de su vida a la lucha de este flagelo, al principio le pareció una falta de respeto, un poco mas tarde una forma disimulada de pedirle la mano y ya a lo ultimo una opción divertida para sobrevivir en el pueblo de los viejos brujos. Esa noche se fumaron dos “sweet green de Acapulco” y se bajaron dos botellas y media de crema de tequila “Quita penas”, cosa que al mariachi le parecía divertido, que un crema de tequila lleve el nombre de “Quita penas” es como que Dios lleve el nombre de Salvador, una redundancia innecesaria. Mas tarde, cuando las estrellas se acostaban en la penunmbra de la selva y Martinez parecía tener la mirada perdida en la misma, Juan Ramon le hablo sobre la posibilidad de vivir como mariachi animando fiestas en Argentina, a Martinez ese país le parecía lejano y por momentos olvidado dentro del propio mundo, pero al mariachi le habían llegado historias de bandas animadoras de fiesta que se estaban convirtiendo en verdaderos millonarios. Incluso le hablo sobre la exigua poesía argentina, sobre los pocos poetas jóvenes que estaban logrando cierto reconocimiento en el exterior, incluso un amigo suyo, Wingston Gonzalez oriundo de San Marcos le había hablado sobre los poetas argentinos que sufrían el síndrome de publicación compulsiva, una especie de enfermedad de las épocas de exposición, algo así dijo Juan Ramón entrecortadamente mientras se paraba para buscar mas crema de tequila.
Cuando por fin logro que alguien lo llevase a Tikal sin cobrarle nada salio en busca del mariachi para decirle que lo espere pero no lo encontró, por lo que supo ya había partido con destino a Chiapas donde debía animar un casamiento para la oligarquía chiapaneca. Los tres dias siguientes se los paso visitando Tikal y durmiendo en un claro de la selva, allí pretendía dar con el primer enclave destinado a la explotación de maquique, dato que había extraído de una entrevisto del agregado mexicano en Guatemala. La gente que vivía de la explotación turistica de las reliquias mayas parecía estar en una constante y confusa existencia, de dia vestía atuendos tipicos para vender artesanías a precios miserables y por las noches vagaba de bar en bar intoxicandose con crema de tequila que se vendía mas barata que el agua, hecho que le hizo dudar a Martinez sobre la originalidad de la misma, al probarla le pareció mas un vaso de alcohol cortado con agua que algo que podria haber salido de la maseracion del agabe.

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