9 feb 2011

Juan Cruz Mendizabal fue detenido cruzando la frontera de Estados Unidos, la ciudad de Tucson se veía a lo lejos como un suave castillo de naipes a punto de caer. Eran las dos de la tarde cuando el oficial de “la migra” le pidió que se detenga. Juan Cruz se detuvo y supo en ese preciso momento que todo estaba cagado. El oficial le pregunto por el rejunte de compuestos orgánicos que estaban escondidos debajo de los bolsos, en español respondió, “son para mi madre”, el oficial de la migra estaba confundido, o era una especie de marihuana extraña o era un sustrato destinado a mejorar la calidad de la marihuana de California. Pero nada de eso era. Juan Cruz había llenado la camioneta con “maquique” o “xaxim” como suelen decirle en algunos poblados del sureste mexicano. Después de recorrer todo México sin problemas, a decir verdad, las autoridades mexicanas no comprenden mucho sobre sustratos para criar orquídeas en el primer mundo y mucho no les interesa mientras no lleves drogas, animales o armas, en tal caso por una módica suma se puede seguir andando un tiempo prudencial. En el asiento del acompañante el oficial de “la migra” encontró una serie de libros sobre Botánica Criptogámica, que confundió con una serie de mensajes cifrados de los grupos narcos. En pocos minutos Juan Cruz Mendizabal, traficante de maquique se había convertido en una las pinzas mas importantes del cartel del golfo, los medios gráficos hablaban con palabras como: “ilegalidad”, “sustratos”, “impunidad”, “lamentable”, “narcotráfico” y otras menos pomposas como: “señor”, “sol”, “auto” y “camioneta”, en fin, intentaban deslindar culpas al ejercito mexicano tirándolas sobre la policía mexicana, cuerpo con una gran tradición en los negocios ilegales. Los tres libros que llevaba el mexicano eran:

  • Ted Tunner (1967). La Calamidad de las Islas. Editorial Sigfredo. Caracas, Venezuela.
  • Jerónimo Quispe (1999). Un plan de desarrollo sustentable para Perú en base a la explotación de sustrato de algas. Editorial Quilimayan. La Paz, Bolivia.
  • AAVV (2002). Botánica Criptogámica, la mirada al mas allá. Editorial La Calisa. Guayaquil, Ecuador.

El Oficial Martinez oculto uno de los cuatro libros en un armario cercano a su oficina, se trataba de un libro sobre investigaciones en torno a posibles desarrollos medicinales de las plantas criptogámicas. Días mas tarde sentado en una silla en el patio de su casa se dispuso a leerlo. Al parecer los desarrollos en torno a las cuestiones medicinales de las plantas criptogámicas estaban bastante avanzados, se dio vuelta y miro el helecho que su madre había traído del sur de México, “que maravilla estas plantas están empezando a curar el cáncer”. Su madre, Guadalupe del Rosario Jimenez había nacido en Guatemala, cerca de la iglesia de Chichicastenango, pero a los pocos meses sus padres, cansados de la guerra civil que se cernía sobre el futuro como una manta invisible de muertos, emprendieron viaje hacia el cercano México, al principio pararon en un poblado en las afueras de San Cristóbal de las Casas, en la región de Chiapas al sureste mexicano. Las cosas parecieron ir un poco mejor que en Guatemala, pero la progresiva decadencia del sur mexicano hacia tambalear cualquier esperanza de que las cosas fuesen a ir de otro modo. Después de un año estaban inmersos en la misma miseria de Guatemala con el agravante de que cada vez mas grupos guerrilleros parecían saltar de monte en monte buscando la revolución. México se había vuelto en una tormenta donde la Revolución de principios de siglo no alcanzaba a calmar los ánimos. Por la noche cruzaron la frontera caliente guiados por un coyote, que el muy hijo de puta los dejo perdidos en medio del desierto al primer descuido. El resto del grupo emprendió el regreso hacia México, aunque a decir verdad nadie sabia donde estaba México. Tres días mas tarde, Martinez y su madre Nogales, un pueblo que era mas parecido a México que al primer mundo. Esa misma noche tomaron un colectivo en dirección a Tucson. El viaje fue largo y horrendo, o al menos, eso le pareció Martinez, sus ojos de adolescente miraron las lascivia las arenas del desierto. Cuando por fin se durmió soñó que era perseguido por unas cuantos policías con unos penes inmensos, corrían detrás del colectivo golpeados sus miembros que causaban un horrendo silencio, el sentía una sensación extraña de placer y malestar, por un lado se sentía atraída por esos artefactos propiamente inmensos y por otro lado temía que al ser alcanzado seria deportado, no a México, sino a las tierras mas lejanas de Guatemala, donde el futuro no valía una mierda, fue en eso momento que escucho las sinceras palabras que el coyote le dijo antes de desaparecer detrás unos arbustos, “no buscas un futuro, buscas la muerte de otra manera”, fueron los tres días siguientes en que estas palabras le dieron vueltas y vueltas en su cabeza, y solo en ese momento, en el sueño fue cuando las comprendió, podría vivir una vida digna, tal vez, acomodada, pero jamas lograría escapar del estigma de la muerte, era una especie de maldición que seguiría a su generación vaya adonde vaya, y lo empezaba a comprender en ese momento.

Ted Tunner nació en Irlanda, su infancia la paso de mudanza en mudanza, Belfast para ese entonces era una especie de laberinto para las familias, quienes podían vivían un largo tiempo en la misma casa, tal no era el caso la familia Tunner que habito en mas setenta casas en tan solo diez años, es decir, un promedio de siete casas por año, y una mudanza cada casi dos meses. Al poco tiempo, igualmente, se acostumbro a guardar sus cosas en cajas en vez de armarios o bibliotecas. A los quince años se embarco en el Sigfredo Marine, un barco que hacia la ruta Belfast-London y se dedicaba esporádicamente al trafico de mercancías entre las costas irlandesas y escocesas. Años mas tarde el Sigfredo Marine se dedicaría al trafico de mercancías comandado por la mafia irlandesa de New York. Fue en una de esas noches cuando conocía a Tomy York, un tipo amable pero con unas cuantas secuelas del mar, manos ásperas y cara rustica, en fin, no dejaba de ser un marino irlandés. La amistad de con York se cimento de diversos practicas ilegales, trafico de irlandesas para explotar en los incipientes prostíbulos de Washington, trafico de cueros y alcohol a los suburbios irlandeses de New York o en algunos casos asesinato de opositores Demócratas o ex amigos ahora convertidos al protestantismo. Fue especialmente York quien le pidió que escribiese “Lonely Island”, una especie de Manifiesto católico.

Martinez encontró en una librería Tucson la traducción al español de “Lonely Island” de Rodrigo Castellanos, una de las primeras traducciones disponibles del clásico de Tunner, publicada por la Editorial Geofilias de la pequeña ciudad de Antigua de Guatemala dedicada mas que nada a dar en conocer alguna que otra investigación sobre Biología y con un cierto prestigio dentro de los pocos biólogos guatemaltecos conocidos. Los días posteriores se la paso leyendo el libro de Tunner, impregnando sus retinas con las imágenes mas bellas posibles. Martinez leyó en una pagina que fue este quien se decidió a publicarlo en una especie de folletín de Belfast, aunque claramente todos las imprenta se opusieron, en fin, el único que acepto imprimirlo fue un tipo rudo de Dublin, Castel Mobil. Diez días después de haber mandado el original, Tunner recibió en la casa de sus padres, que a este punto era la numero ciento cincuenta de sus vidas, dato que le llamo de sobremanera la atención a Martinez, los primeros ejemplares de ese folletín. Al parecer las únicas personas interesadas en leerlos fueron unos cuantos falsos marineros de un barco contrabandista del sur de Estados Unidos. A uno solo le llamo la atención la bella descripción de las grandes islas de Gran Bretaña, lo mismo que había notado Martinez. Dos días mas tarde renuncio a su trabajo de policía de frontera y sacó un pasaje con destino a Guatemala. Esa noche soñó que era marino de un barco mercante de un río, al principio le pareció un río guatemalteca, pero después noto que era mas ancho e incluso parecía mucho mas profundo, un río que con el brillo del sol se volvía dorado, un río vacío, donde solo navegaba este barco mercante casi sin tripulantes. El río parecía mas como el Amazonas o el Parana, aunque nunca los había vista mas que por fotos, inmensos y poderosos, al menos así se los imaginaba. Navegaba y navegaba corriente arriba sin cruzar a nadie, ni siquiera una minúscula casa que lo vuelva civilización. Un determinado momento empezaban a perseguirlo lanchas repletas de policías o paramilitares, que en estos casos siempre son lo mismo, cuando se acercaban mas y mas los veía enteramente desnudos con sus penes erectos, entraba en una especie de desesperación por no poder escapar del barco, las costas se alejaban y los paramilitares en lanchas con sus penes erectos se le ponían a la par, fue en ese momento que se despertó, transpirado y con las luces de Tucson como pequeños farolitos a la distancia.

Cuando llego a Guatemala, la mayoría de sus amigos o habían muerto bajo la sangre de la guerra civil, o eran parte de algunas de las maras que empezaban a gobernar la ciudad a su antojo. Ricardo había muerto de dos balazos en la frente, la derecha decía la izquierda y la izquierda decía la derecha, para la madre “los paracos de mierda”, para el padre “esos zurdos de mierda”, para el hermano “los gringos de mierda”, para Martinez, “la desgracia de ser guatemaltecos”. Esa noche la familia de Ricardo le rindió honores, la mitad de la cena se la pasaron hablando de los años de militancia, de la juventud y de la mierda en que se había convertido la entera Guatemala. “Esos gringos” dijo el hermano, “esos zurdos” dijo el padre, “esos paracos” dijo la madre. A Martinez algo le quedo claro, todo se iba al carajo o ya se había ido o se estaba yendo en ese preciso momento. Un poco mas tarde pregunto por la mujer de Ricardo, “una puta” respondieron los tres. Mucho mas tarde supo, que Alejandra se habia ido con otro, y ese otro no era cualquiera, “la muy mierda se fue con un paraco”, eso le dijo el hermano mientras las lagrimas caían de su cara y se mezclaban con la borrachera que llevaba a cuestas. A Martinez la historia le pareció entre rara y hermosa, algo así como una épica del resurgimiento de Guatemala, después se tomo un camión en dirección al norte, era allí donde el maquique empezaba su aventura de trasgresion hacia la frontera gringa. Cuando llego a Flores le sorprendió la velocidad de las calles, la gente parecía estar cercando el tiempo y apretarlo hasta que desaparezca, lo unilo que quería era que alguien lo llevase a Tikal, ahí intentaría escurrirse por entre la selva en busca de los saqueadores de maquique, la primer cadena en la destrucción de los helechos tercermundistas.

El camión lo dejo en Chicastenango casi en la puerta de la Iglesia de Santo Tomás, allí una muchedumbre se agolpaba sin saber porque. Cuando los miraba fijamente por unos cuantos segundos estas salían corriendo sin una dirección precisa, por momentos pensó que era el diablo y la gente huía de él. La paranoia en Guatemala se había convertido en moneda común, una miradita de mas y la gente pensaba solamente en la muerte. Cuando le pidió explicaciones al chófer porque no estaba en Flores este lo miro y arranco sin siquiera responder. Mas allá del paso del tiempo su vieja tierra seguía igual que siempre, paranoica y confusa. Por la tarde subió el sendero que lleva al santuario de Pascual Abaj. El sendero estaba rodeado de arboles y unos cuantos helechos que crecían como moscas, que fácilmente podían ser confundidos con la hierba. Eso si, ninguno largaba suficientes raíces como para creer que de ahí se podía sacar maquique para traficar. Cuando llego arriba se encontró con un altar repleto de velas derretidas y una figura deformada por vaya a saber que. Dos viejos que parecían brujos se intercalaban para largar palabras inconexas como “serpiente”, “tierra de dios”, “lagarto ven a mi”, o algunas frases que parecían perder toda cordura frente al pobre Pascual, “me estoy meando”, “anda a mear detrás de aquel árbol”, “pero me va a ver”, “ y yo me estoy cagando”, y después ya se habían olvidado del pobre Pascual Abaj y se fueron a mear o a cagar detrás de unos arboles y ya no volvieron. Martinez aprovecho la soledad para dar vueltas por ahí arriba y mirar como se veía la ciudad bajo la profundidad de los arboles, una sucesión de casitas y tejados olvidados por el paso del tiempo. Después de un rato tuvo que presenciar una procesión guiado por los dos viejos brujos, detrás de ellos venían unas cuantas personas mas vestidas con su ropa maya arrastrando los pies, era como si la fuerza de la creencia se los aprisionara sobre la tierra. Se quedo un rato escuchando y descubrió que la pobre gente estaba esperando a los dos viejos desde por lo menos dos días. Martinez pensó, “si los viejos siguen con la cistitis a cuesta lo mejor seria ver un urologo.”

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