22 feb 2011

Varsovia - Prípiat - Jalisco


 



Varsovia - Prípiat - Jalisco

Santiago Medayaz escuchaba al joven polaco Wilheim hablar sin parar sobre Witold Gombrowicz mientras afuera la nieve se acumulaba en las ventanas. Creía encontrar en este extravagante ser una herencia necesaria para las ciencias polacas, incluso, lo equiparaba al extraño bisonte europeo que habia podido ver en el Bosque de Białowieża, una de las reservas naturales mas importantes de bosques vírgenes de todo Europa. Mucho mas tarde, cuando la nieve acumulada ya tapaba la mitad de la ventana, le contó la historia del hermoso bisonte europeo (Bison bonasus), que a Medayaz le pareció como un bisonte bondadoso, incluso recordó haber leído alguna vez una carta de Rosa de Luxemburgo haciendo referencia a estos, con sus grandes ojos llenos de lagrimas. El parque se dividía entre Polonia y Bielorrusia donde los bisontes se encontraban encerrados en una especie de sector protegido, pero igualmente eran coto de caza habitual para los pobladores de Kamaniuki. Los nazis pretendían hacer, del Bosque de Bialowieza, una especie de parque de diversiones para que los jerarcas se la pasen cazando bisontes o judíos. Después de un largo silencio, Wilheim contó una historia rara donde se refería a universidades de poca monta de Polonia, me dijo que en una de ellas había encontrado un libro dedicado a los bisontes de un tal Kazimierz Kowalski, donde se decían cosas del tipo, “el bisonte europeo pertenece a la familia de los bóvidos” o “los bisontes cuando ven de cerca ven de muchas maneras”. Ese tipo de frases le había hecho acordar a una serie de fotos que había visto en un revista sobre la fauna y la flora en los Andes. La mayoría eran pequeñas tomas de lejos de las Alpacas, ya que estas no le gustan que las molesten en sus ambientes naturales, algo asi le dijo Wilheim con los ojos cerrados, pero había una que le llamo la atención, esta reproducía la mirada de una alpaca blanca con los andes de fondo, la nieve eterna de fondo y en el primer plano los ojos negros clavados en la cámara. Esa misma sensación había sentido mirando a los búfalos pastar en el Bosque de Białowieża, una profundidad que solo se asemejaba, y esto lo dijo mirando a las ventanas repletas de nieve, a la mirada de los gatos, y eso le resulto gracioso, porque el puma pariente cercano de los gatos era el principal depredador de las Alpacas, Vicuñas y Llamas. Wilheim mientras escarbaba en la lata de arvejas le contó sobre las praderas enteras repletas de helechos, y como los pocos bisontes los masticaban y después se podían pasar horas y horas rumiando, eso le hizo acordar a Medayaz que las vacas suelen pasar largas horas rumiando, como si fuesen bisontes, y se imagino un parque nacional dedicado a resguardar a las vacas Angus, y le pareció que en la profundidad de los ojos de ambos bovinos residía una especie de verdad, aunque, no sabia muy bien cual.

En un libro que encontró en la Biblioteca de la Universidad de Varsovia, mientras desarrollaba la tesis sobre organismos unicelulares en la biología criptogamica, Wilheim se topo con un libro de los jóvenes biólogos Humberto Maturana Romesíon y Francisco Varela, Autopoiesis and Cognition: The Realization of the Living (1991). Fue mucho mas tarde cuando descubrio que estos ignotos biólogos habían influenciado en una de las teorías mas extrañas de las ciencias sociales, el libro en cuestión, del alemán Niklas Luhmann, Organisation und Entscheidung (2000), intentaba desarrollar una teoría sobre los sistemas, un concepto introducido a principios de los treinta por el sociólogo estadounidense Talcott Parsons, y a la vez recuperaba la conceptualización de autopoiesis de los biólogos chilenos. A Wilheim esta mezcolanza extraña de biología y ciencias sociales le resultaba, por momentos, entre primitiva y divertida, aunque claramente sabia que había unos cuantos cultores en Polonia, entre ellos su director de tesis, Witold Pollosch, un viejo biólogo ruso que había caído en Polonia en momentos de la guerra fría, y que aun creía en la lucha entre el este y el oeste. En la biblioteca del Nencki Institute of Experimental Biology dio con el Prodromus Florae Hispanicae seu synopsis methodica omnium plantarum in Hispania sponte nascentium vel frequentos cultarum quoe inortuerunt I, II & III. uno de los mayores compendios biológicos sobre flora de la península Ibérica, escrito por el biólogo danes John Lage y el biólogo alemán Heinrich Moritz Willkomm. En ella le llamaron la atención la cantidad importante de imágenes y descripciones, en las que parecía encontrar una gran laboratorio de catalogacion, una tarea que solo podía ser emprendida por gente que rosara la locura. En uno de los tomos logro discernir una serie de helechos que había vista en el Bosque Białowieża, una suaves imágenes dibujadas por la pericia mano de Moritz Willkomm. Años mas tarde en una revista de poca tirada editaba por una junta de alumnos de biología aficionados al arte de la Universidad de Varsovia, había leído un largo texto en donde se daba cuenta de los innumerables cursos que había dictado el viejo biólogo alemán durante su estadía en Dorpat en su momento bajo dominio ruso. Uno de los cursos dictados trataba sobre la pintura de naturalezas muertas en la Edad Media, esto ultimo le llamo la atención. En uno de los tomos de Historia social de la literatura y el arte de Arnold Hauser había leído sobre la ausencia de las naturalezas muertas en la pintura de la Edad Media. O bien Hauser nunca se había enterado de estas clases del biólogo alemán o simplemente este ultimo había inventado todo a la hora de dictar los cursos. En su corta estadía en El Instituto Botánico de la Universidad de Génova pidió permiso para revisar una parte de los archivos de Moritz Willkomm, permiso que le fue concedido cuatro horas antes de que salga su tren en dirección a Varsovia vía Viena. De mas esta decir que Wilheim hurgo especialmente en la etapa referente a Dorpat, encontrando solamente una pequeña alusión a algunos de estos cursos en un sucio manuscrito que estaba al fondo de una caja. Por lo que pudo leer Moritz Willkomm había dado una centena de cursos, la mayoría tenia como duración apenas una semana o dos, y en el caso de los mas largos un mes o mes y medio. Solo en uno de ellos parecía mostrar intereses por el arte o algo que pueda recibir ese nombre, pero nunca hacia referencia a las naturalezas muertas en la Edad Media. Fue en las lecturas de Francisco Varela donde por primera vez leyó el concepto de fenomenología pero en dicho caso de la mano del prefijo neuro, en si, Varela había fundando una de las tantas ramas de la ciencia de los fenómenos, la neurofenomenología, dentro de sus múltiples influencias; Wilheim noto, la presencia del pensamiento budista y le llamo la atención que el chileno fuese un adepto a esta forma de vida oriental, hasta llego a imaginárselo, en vísperas de su muerte, caminando por los alrededores de la Pagoda Kuthodaw en los pies de la Colina Mandalay, incluso lo imagino intentando descifrar las mas de setecientas tablas que componen el libro que allí reposa, viendo cada una de sus enseñanzas y rememorando sus limpias teorías sobre la fenomenología y la neurociencia.

Mientras cruzaba la frontera de Italia con Eslovenia, Wilheim, centro su mirada en una serie de arbustos que le parecía conocidos. Cuando se acerco vio las suaves ramas pender en el aire, flotar sin ritmo, y fue en ese momento que recordó haberlas visto antes en el libro de Moritz Willkomm y Lage. Era el Isoetes echinosporum Durieu, un tipo helecho mayormente confundido con una gramínea, una hierba, incluso las cabras llegan a pasar horas meditando sobre si es comestible o no. Wilheim se arrodillo y arranco pacientemente unas cuantas hojas que se las llevo al bolsillo, según le habían dicho, robar plantas en Eslovenia estaba penado por ley, incluso a veces, llegaban a matar a unos cuantos ladrones a piedrazos con el solo fin de amedrentar al resto de la gente, aunque ese tipo de historias le parecieron exageradas. A lo lejos podía ver el Mar Adriático abriéndose a la profundidad, algún que otro barco flotar como a la deriva, el día era tan calmo que el mar se veía dorado, era como si el sol perforase las aguas y rebotase en el fondo de piedras del mediterráneo y una vez allí volviera a salir con toda su magia. Las montañas verdes contrastaban con este paisaje extraño configurado por la tranquilidad. Los ojos se le perdían entre las plantas, se encontraba en busca de helechos, de una manera u otra tenia que justificar su beca. En la Gazeta Wieviorka leyó una nota sobre una plaga de helechos en el Parque Natural de Urkiola, el helecho al que hacían referencia era el Polypodium lonchitis, un tipo helecho que solo puede sobrevivir a partir de los mil metros de altura, durante los inviernos es común verlo tapado enteramente de nieve. Wilheim recordó que años anteriores había pasado lo mismo en algunos lugares de Polonia, el Polypodium lonchitis se expandía como hongo y nadie sabia muy bien las causas, incluso llegaron durante un tiempo a pedir voluntarios para eliminarlos de las montañas a mano. Casi al final, como por error, se nombraba Eslovenia y fue eso lo que lo convenció a viajar hacia ese pequeño país. Llego por la noche, el cielo parecía caerse sobre las montañas y las luces de los barcos hundirse a lo lejos en el Golfo de Trieste. Su amigo boliviano una vez le había hablado sobre Joyce, le había contado de este viviendo en Trieste y se lo imagino viendo el agua entrar y salir del Golfo como por acción de una magia perenne, como si en el fondo del mar estuviese una gran mecedora capaz de mover toneladas y toneladas de agua. También imagino a su amigo boliviano caminando por las noches obnubilado por las luces de los barcos, viéndolos ir y venir por acción de las olas, verlos aparecer y desaparecer en la oscuridad. Debajo podía ver el pueblo de Piran abrazando el mar, con sus pescaderos confundidos por las estrellas, con sus mujeres aprendiendo lenguajes que creían olvidados, viendo las murallas medievales como testigos mudos de un tiempo inservible.

A veces a Wilheim le llamaba la atención que la vieja discusión entre objetividad y subjetividad de las ciencias se pasase por alto, que las largas discusiones resurgidas al ceno de la decadencia de la modernidad entre cientistas de la talla de Carl Hempel y Ernest Nagel fuese dejada de lado en pos de una forma de vida que parecía atroz. Los biólogos parecían mas interesados en viajar de seminario en seminario o de congreso en congreso que revivir sus espíritus en busca de un destino mas desafiante y bello para si mismos. A veces la objetividad a Wilheim le parecía un bello unicornio pastando en bellas praderas de Irlanda, con su niebla matutina, sus fríos inviernos y sus amplias posibilidades de olvido, y por momentos, absurda y digna. En cambio, la subjetividad, la veía como un subte circular de demasiadas paradas que lo hacían sentir como intoxicado y ausente. Durante un tiempo se había volcado a la lectura febril de “La estructura de la Ciencia” de Nagel y creyó encontrar toneladas lógicas objetivas dentro de su vida, precepto que fue descartando a lo largo de los años y centrándose en algún que otro filosofo como Wittgenstein, del cual si bien sabia las reiteradas criticas sobre sus análisis del lenguaje encontraba una serie de frases interesantes. Fue en el hacinamiento en que se habían convertido las bibliotecas polacas después de la caída del muro de Berlín en que dio con Ricoeur y su fenomenología hermenéutica, un primer paso para poder pensar nuevamente el estatus de las ciencias y ese famoso ensayo de Husserl con su critica al modelo científico en “Crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental: una introducción a la filosofía fenomenológica”. Cuando le comento a su director de tesis sobre las lecturas de Husserl y algunas filosos fenomenológicos este no hizo mas que invitarlo a abandonar la biología y que se dedicase a la charlatanería, invitación que le pareció a Wilheim una como irse a nadar en una olla de agua hirviendo. Solo en Medayaz había encontrado una compañero de inquietudes sobre estos temas, que le parecían, una gran cuestión dentro de su futuro. Por momentos sentía que el mundo de la ciencia, un mundo plagado de avances y de aparentes retrocesos, se daba una feroz batalla interna por la creencia, era como si se estuviesen batiendo a duelo constantemente entre Dios y ellos, un duelo que le parecía a Wilheim mas que inútil y en el caso de que se diese, desigual en proporciones aceleradas. El dios de la ciencia o al menos, de la que tenia conocimiento, era la objetividad y la ciencia de la ciencia, en esa batalla inmensa e incomprendida, era la subjetividad, como un samurai despechado peleándose contra un emperador inventado por su propia astucia. A veces rememoraba la imagen del Golfo de Triestre llenándose por las mañanas de agua y expulsándolas por la noche, como si esto fuese signo de un respiro constante de la tierra. Medayaz le había contando que el sur de Argentina había playas donde la marea subía y bajaba unos cuantos kilómetros diarios, y que la gente cuando iba a la mañana tenia que caminar tanto como si estuviese queriendo ir al horizonte a bañarse, y después a lo largo del dia debía moverse constantemente a riesgo de quedar sumergida bajo esa fuerza imparable. Incluso le contó la historia sobre gente que había fallecido ahogada mientras reposaba sin percatarse de la marea que crecía al punto tal de hacerlos desaparecer bajo ella, como si el mar fuese una gran alfombra que tapase todo, dijo en su momento Medayaz. Esas imágenes las podía ver en las noches de Varsovia, en el Bosque de Bialowieza, imaginando al bisonte europeo subir los escarpados Karpatos y bajar como una marea capaz de tapar todo, tal como seguramente lo hizo en sus épocas de esplendor, cuando al bisonte se lo veía admirado por las praderas de la mayor parte de Europa, en la cercanía del Danubio o el Rin, el Po o el Loira, en fin como una marea necesaria para la vida.

Fue Medayaz el primero que le contó sobre el venado de las pampas, en sus épocas de esplendor se lo podía ver en casi cualquier lugar de la pampa, que era como decir que se lo podía ver en cualquier lugar. El venado fue desapareciendo con la expansión de los alambrados y la caza recreativa de la propia oligarquía. Por momentos, según Medayaz, el venado de las pampas se veía de a miles muerto flotando en las tierras pantanosas, incluso el olor podía llegar a inundar kilómetros y kilómetros de campos, sus propios propietarios resolvían el tema yéndose a París por unos cuantos meses con la vaca a cuesta, cuando se aburrían de París se iban a casar el bisonte europeo al bosque de Bialowieza. Esa historia que le contó Medayaz después de cuatro botellas de vino le pareció hermosa al punto tal que se lo imagino como una especie de bisonte europeo, y en vez de bajar de los Karpatos, bajando de los Andes y tapando todo a su paso hasta detenerse en las orillas del mar de piedras de la Patagonia. Por momentos podía imaginar este simple venado siendo cabalgado por Gombrowicz con su traje impoluto, como un comandante de la Patagonia. Cuando le contó a Medayaz que pensaba irse para la Patagonia este le contesto que solo pensaba en escapar de si mismo, cualquiera querría escapar de la Polonia post URRS. Noches posteriores al encuentro con un viejo mendigo en un jardín botánico detrás del Cristo de Chilecito, Santiago Medayaz, vio dos helechos que jamas había visto (Cyathea Sm. y Nephelea Tryon, algunos de ellos en grave estado de extinción debido a su explotación para la elaboración del “maquique”, que es usado como sustrato para criar orquídeas en países como Japón y China) . “Son de México, creo”, algo así le dijo la dueña, una vieja de unos setenta años. Se había leído la mayoría de los libros sobre helechos que había podido comprar, incluso unos cuantos que le habían prestado, obviamente en ninguno de ellos figuraban los helechos que había visto, o bien México era un tierra retorcida, o simplemente era el primero en tener la posibilidad de catalogarlos, eso le hizo sentir la misma sensación de haber encontrado una nueva estrella. Recordó la charla que tuvo años atrás en un bar de Constitución, un viejo de unos setenta años, aunque el aseguro que poseía una edad cercana a cien, le contó acerca de algunos de los mas diversos ensayos que se estaban llevando a cabo en la Universidad de Texas, incluso acerca de múltiples convenios entre el INTA y dicha Universidad, según el viejo una especie de saqueo continuado de la biodiversidad, le llamo la atención que no nombrase a los helechos y a su familia en ningún momento, era una especie de omisión desesperada. En una pequeña editorial de Costa Rica, La Ladrilla, editorial que a este punto poseía una amplia reputación entre los aficionados a la Botánica criptógamica, leyó una pseudo investigación sobre los efectos psíquicos de la presencia de los helechos en los patios de las casas, en uno de los pasajes se aseguraba que lideres de la talla de San Martín y Bolivar habían vivido largas temporadas rodeados de helechos, “incluso el cruce de los andes jamas se hubiese llevado a cabo sin ese pequeño helecho llamado XXX” (Segorbina Martín, 1999. Sobre las propiedades especificas de los helechos en la psiquis de los héroes nacionales.). Cualquier ser en la tierra no le hubiese dado la menor importancia a este dato, pero para Santiago Medayaz, no era un simple reconocimiento a las grandes aportaciones de los helechos a la humanidad, sino mas bien, el gran aporte a las posibilidades de evolucionar a un mundo armonioso con los helechos como cura. Cuando se encontró, años mas tarde, con esa vieja de mirada perdida en el Jardín Botánico de Chilecito, le pregunto si había estado en la casa de Trostky, y la vieja, esta vez con los ojos abiertos, como si fuese a decir una de las verdades de la tierra, le respondió, “si, es humilde y esta llena de helechos”, fue en ese momento que confirmo dicha teoría, si Trostky tenia helechos, seguramente cualquier revolucionario los tendría bien cerquita.

Medayaz recordó que en una revista de divulgación había visto unas cuantas fotos de una de las residencias de verano de Ho Chi Minh, esta rebozaba de helechos que crecían hasta en las paredes. Siempre había sabido que el revolucionario vietnamita tenia una conocida afición a los helechos, incluso se contaban en su vivero de invierno cerca de doscientos. Cuando leía sobre estos temas se imaginaba al vietnamita caminando encorvado, con sus brazos en la espalda, por entre medio de un jardín enorme plagado de helechos, con sus colores verdes radiantes y cada tanto algún que otro animal pasando para ocultarse de su depredador. Caminando pensando a quien mas debería combatir, dar batalla, expulsar y volver a soñar con una Vietnam unida. A Medayaz este tipo de imágenes le parecían increíbles, hasta podría haber visto un cónclave en el Jardín Botánico de Chilecito entre revolucionarios de diferentes latitudes, el Che, Minh, Mao, Lenin y tal vez, en propio Castro arremangarse con su mirada clavada en la sierra. Durante días vago por la ciudad riojana con el Famatina de fondo, con sus nieves eternas iluminando a la distancia, paseo por la biblioteca en busca de algún libro sobre Biología Criptogamica pero lo único que encontró fueron manuales donados por el Estado, en uno solo se hablaba de las algas sin hacer referencia a la pertenencia de estas a dicha rama de estudio de la Biología, incluso se resaltaba que el estudio de los efectos de las algas le correspondía a una supuesta ciencia denominada Algarotmetria, una rama que jamas había escuchado, y el mentor de la misma era un tal Pablo Palto, un ex biólogo español, que obviamente no lo conocía ni la madre. Cuando lo busco en internet se dio cuenta que era todo un invento de los que habían diseñado el manual, mas destinado a la estafa que a la enseñanza. También dio con un tratado sobre plantas autóctonas de ese sector de Cuyo, en ellas encontró una cantidad impensable de cactus. Durante la tarde camino por el valle al borde de las sierras y pudo ver unos cuantos de estos, incluso los fotografió con sus flores y frutos, que a simple vista no se veían del todo apetitosos.

Wilheim supo a través de Medayaz de esa improbable ciencia dedicada al estudio de las algas, la Algarotmetria. Durante un tiempo hurgo en la biblioteca de la Universidad de Varsovia sin dar con nada que le asemeje. Después decidió preguntarlo a su director de tesis y este le respondió mandandolo a estudiar cartomancia, o alguna que otra mierda que te interese, charlatan, eso le dijo mientras le revoleaba la cantidad no menor de los cinco tomos de la Gran Enciclopedia Soviética, un mamotreto que se mostraba inservible para los días austeros y cristianos de Polonia. La edicon que Joseph le revoleo correspondía a la tercera y ultima que había estado en manos de Aleksandr Prójorov un prominente físico que llego a ganar el premio Nobel junto Nikolái Básov y Charles Hard Townes por sus trabajos sobre lasers y masers. En una de las entradas referidas a la botánica se decía algo sobre una supuesta ciencia dedicada al estudio de las algas, pero en ningún momento se hacia referencia a la Algarotmetria. Wilheim recordó que una vuelta había visto al viejo Prójorov caminando por los jardines del Instituto de Física y Tecnología de Moscú, el viejo caminaba encorvado seguramente pensando sobre sus primeras teorías en torno al laser y al maser, en esos pequeños pero grandioso avances que solo se pueden dar una vez y que después ya nada sirven o valen para el futuro. Pensó que si volviera a cruzarlo le preguntaría sobre sus largos años de trabajo para confeccionar la Gran Enciclopedia Soviética, sobre esa ciencia dedicada al estudio de las algas, sobre como se entero y tal vez, sobre como eran los días fríos de la Rusia stalinista. Aunque en el fondo sabia que nada le preguntaría, sino mas bien, lo esquivaría por miedo a sucumbir a una mirada perdida y ausente, la misma que había visto en muchos ancianos de Rusia después de la caída de la URRS. En una visita a Chernobyl en busca de helechos demenciales productos de la radioactividad pudo ver un viejo caminando entre la escasa vegetación, cuando se acerco y pudo hablar un buen rato supo que este había vuelto para morir, este estaba sorprendido con los enormes helechos que colgaban de la ciudad de Prípiat abandonada tiempo después del desastre. El anciano arrastraba una mirada perdida y por momentos confusa, se quedaba con sus ojos brillosos clavados en la profundidad de los edificios abandonados, a lo lejos parte de una vuelta al mundo abandonada a su suerte, todavía en pie, como desafiando esa mirada perdida pero certera.

En una publicación de la Agenda Internacional para la Conservación en Jardines Botánicos llamada, “Organización Internacional para la Conservación en Jardines Botánicos”, se detalla la cantidad de jardines botánicos presentes en América del Sur. En dicho documento Wilheim dio cuenta de unos ciento siete jardines destinadas a la conservación de diferentes especies. De esos ciento siete, solo doce se encuentran el Argentina, y según Medayaz, uno de los mas bellos es el que se encuentra en el centro de Buenos Aires, donde los gatos se aparean como moscas entre cientos de variedades de arboles y arbustos. Para algunos especialistas, siempre según Medayaz, el mas importante es el Jardín Botánico “Arturo E. Ragonese” en la ciudad de Castelar, que lleva el nombre del notable biólogo argentino, aficionado desde su juventud a viajar y acumular plantas de diferentes regiones de Argentina. A Wilheim le llamo la atención la poca cantidad de Jardines Botánicos en un país tan amplio como Argentina, solo en México se encuentran cerca de la mitad de la totalidad de los jardines botánicos de todo América del Sur, por eso mismo, a Wilheim, México le parecía un país extremadamente bello, una especie de Rusia americana, idea que no estaba tan lejana de la realidad, ya que desde un principio dicho país tuvo intimas relaciones con la Revolución Rusa, Zapata y Lenin hablando sobre sus propios sueños, Trotsky paseándose por la Colonia Coyoacán como si fuese un barrio mas de la famosa Leningrado, incluso el propio Villa podía ser tomado como un revolucionario mas de la Revolución de Octubre. El mas hermoso según Wilheim era el Jardín Botánico de la UNAM, un impresionante jardín con mas de cinco mil plantas vivas en su haber. En el suelo pedregoso del DF vio crecer las plantas con una simpleza solo parecida a la del Jardín Botánico de Siberia Central, donde los pocos helechos que pudo ver nacían en un gran vivero de invierno.

A Wilheim siempre le llamo la atención esos impresionantes biólogos dedicados a catalogar especies en tierras tan lejanas como América del Sur. En la biblioteca de la Academia Rusia de Ciencias pudo leer unos cuantos papeles dedicados a la vida de Carlo Spegazzini, un biólogo italiano que emigro a Argentina en busca de seguir sus investigaciones sobre hongos en dicha región, incluso, hacia el final de su vida, llego a catalogar cerca de cuatro mil variedades sudamericanas. También pudo leer como se había salvado del hundimiento de la corbeta Cabo de Hornos que lo llevaba junto a otros biólogos italianos y argentinos por las lejanas tierras del sur. A veces se lo imaginaba nadando con esfuerzo por las heladas aguas del sur, mirando el horizonte cada vez mas lejano a medida que las olas lo impulsaban para abajo y par arriba, lo veía con su herbario y su cuaderno de notas a cuestas, enteramente empapado pero capaz de reunir suficientes datos sobre el alacaluf, un olvidado idioma de las frías tierras del sur. Siempre se pregunto como a pesar de las inclemencias del tiempo pudo rescatar cerca de mil especies que había recogido con la pericia de un artesano. Esos tiempos a Wilheim le parecían brillantes y hermosos, donde la biología estaba ligada a los viajes y a las aventuras, no como ahora, a los laboratorios y al aburrimiento. Fue en una carta de Spegazzini donde leyó sus ideas en torno a los criptogramas, tal vez una de las cosas que mas le impresionaron. Spegazzini en ruso era lo mas parecido a un manuscrito de una secta, con pequeños dibujos portadores de mensajes cifrados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario